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Madrid a 8 leguas


Paseando por Las Infantas (Aranjuez) uno descubre hitos en el camino a Madrid desde Toledo.


Para empezar, espero que si lees esto no hayas estado contagiado o no hayas tenido a familiares contagiados.
En segundo lugar, quisiera comentar algo sobre el anuncio, que no medida, de Pedro Sánchez anoche sobre la posible práctica deportiva individual a partir del 2 de mayo. Independientemente de nuestra situación laboral y personal, hacer deporte en las calles, caminos o carreteras es un don muy preciado en estos momentos. Salir a correr de forma individual o andar con la familia con la que uno conviva es positivo ya que parece ser que hay una menor carga viral, aunque se desconozca exactamente cómo se transmite el virus al 100%.
Sea como fuere, en mi caso amo salir en bicicleta en rutas de más de una hora. Lo principal para mí es saber si contaré con un hospital con camas libres y un seguro de accidentes que vuelva a cubrir los accidentes que mi práctica ciclista conlleve, tanto como sujeto pasivo o activo del siniestro. Recordemos que los federados tenemos suspendido el derecho de protección durante el estado de alarma en el asunto de los accidentes.
Por lo tanto, la movilidad personal y deportiva podría aumentar nuestro autoestima, pero ante todo los cicloturistas y ciclistas necesitamos contar con una seguridad jurídica y sanitaria que no sé si será efectiva desde el 2-5. Correr es menos peligroso que montar en bicicleta y, en conclusión, hay que contar con certezas antes de actuar.


Cuando uno bucea sobre los documentos que uno guarda desde hace varios años, contempla historias que pensaba que perdurarían mucho tiempo. Una de ellas es mi primer día en la Universidad Complutense de Madrid. Mientras que se producían las presentaciones de las clases, el resto de compañeros interaccionaban, pero yo, en mi mundo ligeramente autista, decidí escribir esto en los bancos de piedra que formaban el perímetro de un patio interior techado. Esto es lo que escribí el 1 de octubre de 2002 el día en el que comenzaba mi primera carrera: Periodismo.

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«Hoy es el primer día. Uno de octubre de 2002. Aunque parezca mentira estoy tranquilo. La gente de mi alrededor iguala esta sensación. Estoy en la quinta planta de esta facultad. Enfrente de mí se halla el aula donde cursaré mi primer año. Me parece antigua, sucia, deprimente y abandonada. Me recuerda a los institutos que Hollywood me ha pretendido mostrar en sus producciones. La verdad es que la facultad me parece tercermundista. Los avances tecnológicos no aparecen a simple vista aquí… Los ordenadores usados aquí llevaban funcionando más de dos lustros. Las funcionarias lucen atuendos semejantes a simples harapos. Por ello, la impresión global que me produce es que la facultad lleva sin evolucionar desde los años setenta y eso para una universidad pública es un gran inconveniente.

Las personas, por otro lado, me confunden. No sé qué opinar de ellas. Vengo de un pueblo voluminoso donde el trato con la población es muy llano y directo. Aquí todos crean en mí una postura muy distante. Me cuesta confiar en los grupos de jóvenes que observo. Los hay de todos los tipos. Desde una persona que lee un diario de ideal político centrista hasta la típica persona que proviene de varios españoles donde los gritos y la expresividad son el tópico, mientras que la seriedad y el tesón son la excepción. A pesar de la contradicción que tengo, opino que habrá gente como yo: educada, tranquila e inquieta culturalmente (o al menos eso pienso de mí mismo). El mayor impedimento será darme a conocer. Sé que tendré que tener una cierta influencia o una popularidad sana con la que avanzar ante lo extraño, lo alejado y lo preocupante.

Los estudiantes se dispersan mientras que una funcionaria pega una hoja impresa que indica la ausencia de una catedrática durante el primer día. La reacción de los estudiantes es un pequeño clamor. Se quejan como si un arbitro no les hubiese pitado un penalti. Yo, como hombre todavía sin conocidos en la facultad, me callo y me siento en uno de los poyetes que rodean el aula.

Dirijo miradas a una y otra parte. Me siento solo. Siempre pensé que una persona con bolígrafo y papel nunca podría sentir la soledad, pero comienzo a padecerla. Escudriñar detenidamente a través de las ventanas pálidas de la quinta planta cómo descienden precipitadamente las gotas de lluvia en este Madrid tan eterno y tan experimental me entristece. Solo hay un objetivo claro en mi existencia: quiero ser un buen periodista que tenga un reconocimiento respetuoso por parte de la audencia como hoy en día pocos lo disfrutan. ¿Por qué? Porque el periodismo debe ayudar a sacarnos de la ignorancia y de la desinformación. Todo ello es descuidado en nuestros días. El periodismo ha retrocedido igual que todas las profesiones que en su momento tuvieron un ideal claramente integrador e informativo. Todo se reduce actualmente a enseñarnos lo que la realidad representa mediante fórmulas sencillas y vacías. Hay escasos medios que nos mantengan despiertos. Ver la televisión se ha convertido en un ejercicio de tolerancia visionando inútiles espacios. En vez de eso, debería tratarse de un ejercicio de enseñanza de valores objetivos y morales que no nos llevasen a esta filosofía y ética que se desarrollan en nuestros días».


Deseando estoy de volver a estas tierras cercanas al Parco Nazionale dello Stelvio, donde por una parte disfruté y por muchas partes sufrí las durezas de esas carreteras italianas. ¡Qué momentos que experimenté!

Deseando subir este Mortirolo por las dos caras tradicionales. Lo más duro que he subido nunca. Ojalá la cosa mejore y volvamos allí.

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Sin nombre (guitarra)


Estos tres párrafos surgieron porque sí. Quizás los escribí después de volver del viaje de fin de curso de marzo de 2000. ¡Qué recuerdos de Puerto de la Cruz! No conocía yo que luego iba a estar tan unido a las islas. Por otra parte, quizás también lo redacté antes de 2000. No lo sé.

«Aún permanecía sentado. Aún permanecía perfumado. Aún permanecía estudiando. Estudiando los sonidos deformados. Cavilando sobre las ondas desafinadas de las cuerdas de su guitarra.

No se trataba de una guitarra en sí. Más bien era un timple canario desintegrado, muy inusual, con cuatro cuerdas mal distribuidas, y con una de ellas a punto de desfigurarse, a punto de convertirse en amorfa. Era un timple que con fuerza y tesón se puede llegar a tocar adecuadamente. Mas si el músico que lo tocaba no conocía más que cuatro tontería de teoría y práctica musical, solo se podian escuchar pobres melodías de discutible armonía. Así que, ¿qué pasaba?

Pues nada. Él seguía tocando mal y buscando en los trastes diferentes adecuadas melodías. Eso ocurría desde noviembre de 1997, y siempre era igual. Quizás habría obtenido y mediadamente compuesto esa canción simple y poco afinada que retumbaría en todo un amplio vecindario».

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Sadness


¡Ay, fiel camarada tristeza!

Vuestra sola presencia reza

para que con vil sutileza

impregne color a una cabeza

mía, con tal ligereza

que los campos sean pinares

y los cultivos simples mares.

 

A veces elimina vuestra ausencia

las ganas de cavilar en los demás

porque vuestra fiel firmeza

recuerda el dolor de la muerte en su esencia.

 

¡Gracias por existir, tristeza!

Provocáis el olvido de la destreza

aunque solo sea en apariencia,

y proclamáis la inteligencia.

Viaje al bosque


Revisando sin querer antiguos cuadernos, como si yo fuese Bruce Springsteen descubriendo su diario de grabaciones desde 1975-1978 donde aparecían canciones descartadas, encontré cuatro nuevos documentos basados en relatos y poemas. No recordaba su existencia ni mucho menos y pertenecen a mi mejor momento creativo: desde los 12 hasta los 18 años.

«Viaje al bosque» debió ser el inicio de algo, al igual que otros relatos mecanografiados más largos que aún conservo intactos y que algún día verán la luz en mi blog o en algún otro soporte.

Disfrutemos de esa paseo entre los árboles que solo duró una página y que, cómo no, expresó lo que yo pensaba sobre el destino entonces, lo cual no ha cambiado notablemente a día de hoy:

«Quizás el destino sea un camino. Quizás el destino desemboque en el dolor. Quizás el destino no agrade como un puñado apetitoso de bombones sabrosos. Mas aun así, vivimos e insistimos que existe un destino irrevocable, irrefutable, inaudito. Eso quizás meditó Richard antes de probar una bicicleta de montaña a estrenar, acompañado de una gran carga variada de necesarios manjares, todos metidos en una mochila que se hallaba repleta también de ropa para sobrevivir. Todo ello para intentar sobrevivir en su futura salida por el bosque.

  • Sobreviviré -afirmó su conciencia tranquila.

Quizás sobreviva, sí, pero con los días se vería el resultado.

Usted lector se preguntará minuciosamente esto: ¿de qué habla el principiante escritor? Y, yo contador de ficción, le responderé.

Durante unas jornadas húmedas de estío en el interior de lo anteriormente llamado Hispania, y con más concrección en el centro de ese terreno, en el sur de Madrid surgieron de la nada unas ideas revolucionarias, unas ideas localizadas en el subconsciente y no en la objetiva mirada de este azar contemporáneo. Unas ideas que sin fundamento ni tesón avanzaron con tímidos pasos sobre la fina pasarela del mundo. Avanzaron hasta que corrieron muy suavemente, casi trotando por un ocre suelo de otoño. Corrieron luego hasta apresurarse hacia la fundación y lo básico, hacia lo bello y lo necesario, hacia lo plástico y lo resinoso. Alcanzó su máximo nivel (difícil de igualar) y solo entonces Richard se dio por satisfecho.

Ustedes volverán a insistirme entonces: ¿puede llegar al grano? Y yo les replicaré, quizás. Quizás, y solo con una condición. ¿Se la imaginan? ¿No? Muy fácil. Les revelo el carrete y ustedes me pagan. Les propongo una historia que atrae a mis sentimientos y ustedes lo leen y lo critican. Además, les adelanto que aquí no hay ni chicas desnudas ni besos calientes ni asesinatos entre personas. Si les apetece, continúen; si no, ¡hasta luego! Yo escribo con mi mente y un mundo celoso y envidioso no modifica mis pisadas».

La Cubilla y la dureza acumulada


Subían muy rápido el Puerto de La Cubilla y en el pelotón no pasó nada hasta quedando 5 km. San Lorenzo y La Cobertoria antes que La Cubilla, un final inédito en La Vuelta. Visto lo visto, surgen varias razones por las cuales no hubo más espectáculo por parte de los favoritos.
Si no pueden o no quieren los ciclistas, no hay nada que hacer. La etapa más aburrida de La Vuelta (ayer a Guadalajara) fue la más vistosa. Es una cuestión de varios factores antes de la segunda jornada de descanso: falsos llanos de 20 km. hasta que quedan 18 km. para iniciar oficialmente la ascensión a La Cubilla; cansancio mayúsculo de los favoritos por la tralla que llevan ya no solo en La Vuelta sino en toda la temporada; pocos favoritos en liza guardando lo poco que tienen; no hay rampones imposibles así que todo depende del ritmo machacón de los que tiran; sensación de que si no hay un rampón que incomode el pedaleo, nadie se ataca hasta quedando poco…
A mí me encanta La Cubilla, pero necesita tener un encadenado de bajar e inmediatamente subir, como Cobertoria, Cordal y Angliru. Aun así, es cuestión de dar tiempo, como pasó a La Farrapona, para que la dureza se refleje más en las piernas. Pasaron cosas ya que Valverde cedió tiempo y Quintana perdió muchas de sus opciones antes de recuperar tiempo en Guadalajara, pero se esperaba que fuese en La Cubilla, un puerto más tendido, donde se viese que los rampones coartan a la gente y que lo tendido llama al espectáculo. Otra vez será.

El fuego es el mayor protagonista de los veranos de los siglos XX y XXI. Hay que prender para sacar beneficios económicos. Hay una Ley de Montes, pero lo cierto es que nada se detiene.

Yo viví en Gran Canaria y sin duda querré volver en cuanto que pueda. He visitado una gran parte de su territorio, buscando el verdor de otras regiones a tan solo un salto de África. He contemplado su riqueza paisajística, sus barrancos, su vegetación endémica y sus pinares. He recorrido sus pendientes con mi bicicleta y he enseñado la isla a numerosas personas para que descubriesen los encantos de un montículo de tierra que parece un pequeño continente por pasar de un desierto en el sur a una selva o a un clima de alta montaña.

Todas las noticias que están llegando desde hace una semana y media me están doliendo enormemente. Mi pesar es mayúsculo porque desde la distancia estoy sintiendo cómo se está perdiendo lo más precioso que quedaba en la isla: la cara norte a partir de 200 metros hasta el Pico de las Nieves. Laurisilva, pinares, vegetación que te transporta a Asturias, humedad… Todo eso se ha perdido ya. Hablan de 10.000 hectáreas, una inmensidad. 75 km. de perímetro.

La isla se ha muerto visualmente. Quedan personas dentro, esperemos que sigan bien, pero la isla se ha muerto para los que la conocíamos. Los incendios de 2007 fueron terroríficos al diezmar a gran parte del cuadrante suroeste de la isla. Ahora todo se ha centrado en el cuadrante noroeste y se extiende por el centro y el oeste. Seguramente se abogará por relativizar la pérdida que se está produciendo ahora mismo pero el daño es irreparable, infinito. Quienes hayan provocado esto han matado a la isla.

Recuerdo mi viaje de La Aldea a Tafira en bicicleta pasando por el Pinar de Tamadaba. Recuerdo mis subidas por Juncalillo en 2018 para subir hasta 1.600 metros y bajar por Fontanales. Recuerdo mis excursiones con amigos por la Cruz de Tejeda y Tejeda. La niebla, la lluvia a partir de 1.000 metros en junio, el frío, el olor natural a la arboleda… Estampas fallecidas. Mi tristeza se refleja aún más en los momentos que mi memoria guarda y que se han evaporado.

No habrá dinero para recuperar lo que se ha quemado. No hay dinero ni ganas tampoco. Estamos ante la defunción medioambiental de la isla. Ni una sola organización ecologista podrá hacer frente a este desastre. Ni un solo gobierno establecerá ayudas para mitigar todo el cataclismo. Es inasumible, inabarcable. Es el holocausto medioambiental de la tercera isla canaria en extensión.

Debo decir que conozco a personas que están ayudando a los demás actualmente con camas para acoger a los desalojados y eso conforta. El pueblo canario es muy solidario y humanitario. Sin embargo, a pesar de esa noticia positiva, una parte de mi alma se ha resquebrajado y lo siento profundamente.

Por último, el ser humano es el mayor parásito y virus que ha pasado por este planeta y hasta que no quede un bosque sin arder o talar, o un océano sin arrasar, no se parará. Las distopías son el futuro.

Posdata: no soy capaz de mostrar ni una imagen de Gran Canaria de un tiempo mejor. Estoy apesadumbrado.

Circo del siglo XXI


Canciones, corrida de toros falsa, payasos y acróbatas. Con todo eso, las noches de verano se pasan mejor. En el centro de España hay circos itinerantes que llenan cada noche unas 300 butacas.

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